Diario 15
¿Quieres saber cuán importante eres para mí?
Yo soy “cafetero”, como se le dice en Puerto Rico (y asumo que en otras partes también) a la persona que toma mucho café. A mí, la palabra siempre me ha parecido de mal gusto, suena a un oficio. El oficio de Cafetero, que no se estudia pero se hereda a regañadientes y el que lo ejerce está esclavizado a una mesa preparando café todo el día. Me imagino a un hombre desaliñado, harto del olor a café, con el delantal repleto de manchas marrones unas sobre otras, gritando ¡¿Qué quiere?! cada vez que alguien entra a la cafetería.
“Pues café, obvio”
“¡Me voy a cagar en tu madre! ¿Lo quieres con leche regular, 2%, sin grasa, de almendra, de avena o sin lactosa?”
Y así, todo el día. Con los nervios de punta, odiando cada segundo de cada minuto de cada hora del día.
“Mamá, mamá, qué le pasa a ese señor que está peleando? pregunta un niño.
“Shh baja la voz Ese señor es Cafetero. Si no estudias ni prestas atención en la escuela vas a terminar como él”
Al estudioso que sabe de leyes no se le llama “Leyero”, no. Se le dice Abogado. Al aviador que maneja aviones no se le llama “Avionero”, no. Se le dice “Piloto”. Igualmente, al médico que trata patologías mamarias no se le llama “Tetólogo”, no. Se le dice Mastólogo.
El café es un arte y la vulgar palabra “Cafetero” no le hace justicia al arte que ejerce un “Barista”.
Ahh, tiene una tonalidad musical, como casi todas las palabras italianas suelen hacer. No importa cuán mundana sea, suena bonita, suena alegre. Por ejemplo en italiano, la palabra para “basura” es “spazzatura”. No me agradaría que alguien me diga que soy un basura, pero si tú me dices al oido “Eres una spazzatura de hombre” se me erizarían los vellos de los brazos y te diría sonrojándome “No me digas esas cosas en público, nena”
Pues la palabra “Barista” significa camarero, así de sencillo. Solo que aquí en el occidente, al ser exóticamente italiana, se le ha dado una connotación presuntuosa. El hombre barista ahora es guapo, con barba y tatuajes significativos, que sabe poner la leche espesa sin romper el contacto visual con el cliente y te hace un corazón con la espuma aunque no hayas dejado propina. Es un artista y lo haría de gratis si fuera necesario. El barista ahora lo porta como un título, participa en competencias nacionales de baristas, habla de café en términos científicos con otros baristas de pelo largo, va en bicicleta a todas partes (Porque quiere. Podría tener un vehículo pero decide andar en dos ruedas. Va a salvar el planeta un latte a la vez) y se une a grupos izquierdistas pseudo-subversivos que se revelan con su arte tan agresivamente como él hace sus cappuccinos.
Bueno yo no soy ni “Cafetero” ni “Barista”. Soy un simple “Aficionado al Café”. No se confunda esto con “Adicto al Café”, cosa que sí soy, por admisión propia, pero que enmascaro detrás de un acercamiento sofisticado a mi adicción. (Algo así como el adicto a robar que, para evitar ser llamado “Cleptómano”, estudia leyes y se convierte en “Político”)
Por eso solo me tomo UN café al día con el objetivo de satisfacer mi necesidad biológica de cafeína.
Los otros varios que me tomo al día son por la afición al sabor. La afición al olor. La afición a moler los granos frescos, manipularlos con diferentes herramientas caras, presentarlos a una máquina todavía más cara y ver salir 3 onzas de un líquido dorado marrón que me hace feliz. La afición a sentarme en mi silla favorita con una tacita que parece de muñecas, a darle tres sorbos maravillosamente amargos a mi bebida y sentir que estoy sentado en un pintoresco bar en italia frente a un Barista de verdad, de mediana edad, harto de la vida, que se comporta como camarero y le grita a los comensales como todo un cafetero.
Amo todo el proceso. Ese ritual pagano mañanero de prepararme mi primer espresso para despertar y mi segundo espresso para saborearlo lentamente, cruzar la pierna como un filósofo alemán sobre mi Eames Chair y sentirme que soy “alguien” por 3 minutos.
Pues, la mañana de ayer fue así de protocolar. Me hice mi primer espresso compulsorio, desperté y me senté con mi taza de juguete a darme el único gustazo que me puedo dar en una vida que ha perdido todo el gusto.
Le di el primer sorbo y era perfecto. El balance correcto de sabores, la temperatura ideal, la textura impecable. Me entró un éxtasis espiritual y le dije a Dios en voz alta y con los ojos cerrados “Gracias, Jehová. Gracias por haber creado el café y gracias por haber creado a Fernanda”.
Así de importante eres para mí. Existes en la misma dimensión que el café. Conviven en el mismo renglón emocional donde están las cosas que necesito con el mismo empeño que las quiero.
Soy un adicto a ti, lo admito. Que bueno que puedo enmascarar esa dependencia detrás de la máscara de “Novio”, porque, de no serlo, entonces sería un “Acosador” y este blog sería usado como evidencia cuando me impongan una orden de alejamiento.
Pero es que también me gusta tu olor, tu sabor, tu textura, tu apariencia. Y te quiero disfrutar así mismo, como una ceremonia parsimoniosa, lentamente. Absorber el ambiente. Y luego acabarte en tres sorbos, de sopetón.
Así como quedarse dormido… poquito a poco y luego de golpe.
Te amo, más que al café, todita.