Diario 17.5
Siempre me han gustado los pequeños momentos.
Los momentos tan pequeños que nadie más percibe excepto yo.
Por ejemplo, cuando era niño, notaba las gotas de lluvia sobre la ventanilla del auto. Me fijaba en una sola y la seguía mientras cruzaba el cristal y luego desaparecía para siempre. O cuando llovían y creaban ondulaciones sin ritmo sobre un charco de agua.
Me fijaba en las partículas de polvo que un rayo de sol de media tarde hacía brillar. O agarraba un puñado de arena de playa y me fijaba en cada granito de piedra, cada granito de caracol que la ola se llevaba y yo jamás volvería a ver.
Había un mundo de pequeñas cosas pasando a mi alrededor y nadie más se daba cuenta, solo yo. Nadie más disfrutaba del mundo como yo. Todos atentos a los grandes eventos, viviendo la vida con prisa mientras yo quería detenerme y absorberlo todo. Y todo tenía sonido. Podía sentir los tambores del agua al caer, los violines que acompañan las tardes soleadas, la trompeta que sonaba a mi ritmo mientras caminaba por los adoquines de Brooklyn, el sonido de la cadena de la bicicleta cuando dejaba de pedalear bajando por una cuesta.
Pero eso era un lujo que solo podía darme de niño. Una vez me hice adulto y tuve que comenzar a vivir con prisa, sabiendo demasiado, no disfruto los miles de momentos pequeños que ocurren a mi alrededor.
Cuando manejo no puedo estar persiguiendo una gota de agua antes que se una a otra gota y formen una gota más grande. Cuando la lluvia me pilla sin un paraguas y tengo que esperar que escampe para correr de punto A a punto B, estoy demasiado irritado por el contratiempo para fijarme en las figuras geométricas que se forman sobre los charcos de agua.
Cuando noto las incontables partículas de polvo en el aire pienso “Estoy respirando todo ese polvo”. Y, aunque nací y me crié en una isla, he pasado muy poco tiempo de adulto sentado sobre la arena contando los granitos que la componen. Ahora los pequeños momentos duelen. Me encargo de absorber todo cuando se que es la última vez de algo importante. Absorber el último abrazo de mi papá en el aeropuerto, absorber el último beso de mi mamá antes de irse, el olor de su ropa. Absorber los últimos minutos antes de dejar de ser anciano. Absorber el instante en que, sentado en mi sofá, con la tableta en la mano te dije adiós por última vez.
Me acostumbré a ir a 100 mph por la vida en una odisea sin descanso con tal de llegar, llegar a donde quiero ir, llegar a donde tengo que estar, llegar a donde esperan que llegue. Todo se convirtió en correr, en trabajar, en aprender lo más rápido posible, en comerme el mundo antes que el mundo me comiera a mí.
Siento que no he dejado de correr por un solo segundo, hasta que llegué a donde ti.
Como si me dijeras “No tienes que seguir corriendo. Camina conmigo”. Y, de repente, dejé de pedalear.
Comencé a ver y querer la vida de otra manera, a otro ritmo. Me di cuenta que no hace falta correr más, porque ya llegué. Porque el resto lo quiero alcanzar contigo, a nuestro tiempo. Quiero una vida sencilla, lenta. Con tiempo suficiente para disfrutarme los pequeños momentos que te rodean a ti.
Quiero ver el movimiento de tu cabellos cuando le de el viento, y todos los pelitos a contraluz cuando estés parada entre el sol y yo. Quiero sentir tu piel erizarse cuando te diga al oído que me gustas completa. Identificar las constelaciones que forman todos tus lunares. Ver las gotas de lluvia cruzar tu espalda porque no te importa mojarte. Quitarte los granitos de arena de entre los deditos de los pies cuando lleguemos de la playa. Mirarte sentada a mi lado rodeada de partículas de polvo. Escucharte respirar mi suspiro después de un beso. Sentir tus pasos corriendo hacia mí. Sentir tu mano agarrando la mía mientras manejo y sentirla, temblorosa, cuando le ponga un anillo. Verte caminar vestida de blanco, del brazo de tu papá, en mi dirección. Absorberlo todo, la temperatura, los colores, los sonidos y tu cara. Y seguir absorbiendo el mundo que te rodea y del que me permitirías ser parte.
Quiero ser un pequeño momento. Aunque sea un evento grande, al final del día solo quiero ser una gota sobre tu piel, un rayo de luz en tus ojos, una ráfaga de viento por tu pelo, una partícula de polvo en tus pulmones y un torrente de sangre que va a 100 mph hacia tu corazón.
Te amo, de la única manera en que puedo amarte. Todita.