Diario 4
¡ESTOY TÁN ENAMORADO DE TI!
Estoy pensando en ti el día entero. Miro mi celular y ahí está tu foto. Al momento tengo una foto vieja, que te tomaron hace unos años en ACL. Lo primero que veo es tu sonrisa… esa sonrisa.
Esa sonrisa me ilumina. Me entran ganas de agarrarte la carita con ambas manos, acercarla a mí y darte un besito de esos que son suavecitos pero suenan duro. De esos besos que son más saborear que besar. Catarte como vino caro. Y de ahí pasar a plantarte besitos por la carita entera, cada centímetro. Devorar esos cachetes uno a uno, sin prisa. Besarte la nariz y la frente y los ojitos. Básicamente todo lo que es mío.
Luego veo tus trenzas. Nunca me han gustado mucho las trenzas pero me fascinan en ti. Quiero aprender a hacértelas con el mismo empeño con que te las voy a deshacer. Te hacen ver inocente en contraste con tus cejas de nena mala. Te hacen ver mejicana, exótica, como toda una María Fernanda de novela. Interesante, juguetona, práctica.
Entonces veo tus bracitos. Son chiquitos y fuertes. Quiero que me abrasen. Tus hombros bronceados por el sol me hacen soñar con llevarte de vacaciones a la playa. Que te tuestes entera como un grano de café y luego besar tu piel caliente con sabor a sal y tequila añejo.
Más abajo se ve un pedacito de pancita. Pienso en darle mordidas de dinosaurio (con ruidos de dinosaurio incluidos). Pero también quiero cuidarla. Darle cariñitos, sobitos y luego, cuando estés toda confiada, volver a atacarte los rollitos como todo un depredador carnívoro a punto de extinguirse.
Entonces, imponentes ahí como las dueñas del universo (lo son) están tus piernas. Esos muslos ibéricos no los compartiría ni contigo misma. Si un día estamos en un avión que se cae en los Andes, yo empiezo por el izquierdo. Hasta el fémur. Cuando vengan los rescatistas voy a estar más gordo que cuando ocurrió el accidente. Y esas pantorrillas. Osea ¿dónde están? Todo es tan compacto y apretable y suavecito y marrón. Tus piernas de Azteca guerrera son hermosas. Pienso conquistarte a un nivel que ni Hernán Cortés, en su mejor momento, se atrevió a tanto.
Y es que luego vuelvo a tu sonrisa. Maldita sea tu sonrisa.
Hoy no he podido concentrarme en otra cosa que no seas tú. Siento una ansiedad bien grande, pero no es la ansiedad mala que he estado intentando controlar. Es una ansiedad de emoción. Las ansias de verte, como cuando el gps dice que tu destino está en la próxima derecha. Las ansias de saberte. De que somos novios. De que nos amamos. De acostarme a soñar contigo. De despertarme a soñar contigo. Las ansias de entrar a instagram y ver tu fotito con un aro verde. Puedes imaginarte la sonrisa que eso siempre me causa. Una sonrisa de ansiosa paz.
Amo ser tuyo y tenerte. Saber que todas esas cositas lindas que veo en tus fotos son mías. Saber que esas trenzas van a ser mis riendas de caballero andante y esas piernas mi estandarte. Saber que esa sonrisa va a ser parte de un desayuno completo y esos ojitos los que me van a hacer llegar tarde al trabajo. Que esos brazos serán mi bufanda y tus hombros el lado frío de mi almohada. Saber que esa piel será mi selva tropical y la pancita donde montaré campamento. Y que debajo de todo eso, hay un corazón que bombea al ritmo que yo le toque.
Hoy mis hormonas están haciendo huecos en la capa de ozono. Hoy he reído y llorado pensando en ti en cuestión de minutos, varias veces. Hoy he dado gracias por ti y también me he quejado porque todo sería más fácil si no te amara tanto. Pero es que fácil no vale la pena. Quiero seguir escalando sin brazos, arrastrándome por arena caliente, durmiendo a la intemperie. Que al final llegue a la cabañita acogedora de tu amor. Lo haría en mil vidas más.
Te amo, hasta el fémur. Todita.